sábado, 22 de diciembre de 2007

Tengo antipatía a los censores y a todas reparticiones y formas de gobierno que tratan de controlar nuestros pensamientos.

Tengo antipatía a los censores y a todas reparticiones y formas de gobierno que tratan de controlar nuestros pensamientos.
No puedo menos que creer que tal censor o tal Gobernador insultan a sabiendas o sin intención a la inteligencia humana.
Si la libertad de ideas es la más alta actividad de la mente humana, entonces la supresión de esa actividad debe ser lo más desagradable para nosotros como seres humanos.
Euripides definió como esclavo al hombre que ha perdido su libertad de pensar o de opinar.
Toda autocracia es una fábrica para producir esplendidos esclavos euripidianos.
Todo gobierno autocrático, cualquiera sea su forma, es, pues intelectualmente retrogrado, tales autócratas tienen un gran desprecio por el pueblo en general cuando se reducen a ordenar la conducta externa de una nación, sino que preceden también a regimentar los pensamientos y creencias intimas del pueblo.
Tienen una ingenua convicción de que las mentes humanas aguantaran esa uniformidad y que les gustara o no les gustara un libro o un concierto o exactamente como se lo dice el propagandista oficial o el Jefe de la oficina de Publicidad.
Todo Gobierno autocrático ha tratado de confundir la literatura con la propaganda, el arte con la política, la antropología con el patriotismo, y la religión con el culto del gobernante en vida.
No puede hacerse así sencillamente, y si los que controlan el pensamiento van muy lejos en esto de marchar contra la misma naturaleza humana, siembran con ello las simientes de su caída.
Ya lo dijo Mencio:
“Si el gobernante considera al pueblo como matas de césped, entonces el pueblo considerara al gobernante como un ladrón o un enemigo.”
No hay mejor ladrón en este mundo que quien nos roba nuestra libertad de pensar.
Privados de ellas, bien podríamos ponernos en cuatro patas, decir que ha sido un error todo el bípedo experimento de caminar en dos piernas, y volver a nuestra temprana postura de hace por lo menos 30.000 años atrás.
En términos mencianos, por lo tanto, el pueblo se sentirá muy agobiado por este ladro tanto como este desprecie al pueblo, y exactamente en la misma proporción.
Cuanto más robe el ladrón, tanto mas le odiara el pueblo.
Y como nada es tan precioso y personal e íntimo como nuestras creencias intelectuales, morales o religiosas, no puede despertarse en nosotros odio mayor que el que sentimos por el hombre que nos priva del derecho de creer en lo que creemos.
Pero, la miope estupidez, es natural en un autócrata, porque creo que esos autócratas son siempre retrógrados intelectuales.
Y la resistencia del carácter humano y la libertad de la conciencia humana siempre rebotan y golpean al gobernante autocrático con tanta mayor fuerza.
Es tan fuerte el deseo de ganar dinero que no se miden las consecuencias.
ANDRES A. MERENDA
Presidente
Red Provincial de O.N.Gs. de San Juan Argentina
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